En 1940 se integró al repertorio venezolano, de estructuras culturales, una obra icónica que convirtió la experiencia del séptimo arte en algo mágico para los caraqueños. Se trata del Teatro Boyacá, ubicado en la Avenida Lecuna; el cual con su lujoso lobby, murales dorados y bóvedas iluminadas le robó el aliento a más de un espectador.
Tan magnífica era su belleza que, Nicolás Sidorkovs, un personaje de la arquitectura venezolana, comentó “estaba acostumbrado a ver los modestos edificios de Campo Claro, por eso, cuando entré al Boyacá quedé extasiado (…) Mi impresión fue tal que cuando llegamos a casa mi papá le contó a mamá sobre esto”.
Indudablemente, disfrutar de una buena función en los teatros ubicados en el centro de la capital, se convirtió en uno de los entretenimientos favoritos para la clase pudiente de la época; es así como el Teatro Boyacá, inaugurado por el comerciante Vicente Vallenilla Lecuna, llegó a ser uno de los locales más amplios y populares del momento.
El teatro contaba con 1.400 butacas, aproximadamente; además, debido a su naturaleza de prestigio, realizó varias alianzas con otros teatros famosos de la época (como el Ayacucho) y organizó algunos circuitos de estreno con importantes piezas cinematográficas.
Generalmente, estos cines prestigiosos contaban con estrenos semanales de grandes películas, a precios elevados que solo podía pagar la clase alta de la época (de 1 a 3 Bs.); para estos eventos, manejaban un mecanismo de promoción que consistía en el despliegue de carteles en las avenidas más importantes y, además, colocaban avisos en la prensa.
Una mirada al pasado, como la que nos permite hacer este texto, nos hace cuestionarnos las razones por las que, el venezolano, con el paso del tiempo, fue desdeñando los cines de acera (que en algún momento llegaron a ser aproximadamente 80 locales) para pasar a las salas de cine ubicadas dentro de centros comerciales (si miramos en retrospectiva, podemos asegurar que nos ganó la simplicidad).
Finalmente, con la llegada de la televisión y el ofrecimiento de mayores comodidades en las nuevas infraestructuras cinematográficas (estacionamiento para vehículos, mayor seguridad) los padres del cine de nuestro país fueron dejados a un lado, quedando derrotados por las grandes cadenas que ofrecían sus servicios en los principales centros comerciales de la ciudad.
Una época mágica para el séptimo arte en nuestro país fue dejada atrás, ahora, los viejos cines no están y hablamos de ellos como si de una leyenda se tratase, como si estuviesemos comprando un boleto hacia nuestro pasado.
Tan magnífica era su belleza que, Nicolás Sidorkovs, un personaje de la arquitectura venezolana, comentó “estaba acostumbrado a ver los modestos edificios de Campo Claro, por eso, cuando entré al Boyacá quedé extasiado (…) Mi impresión fue tal que cuando llegamos a casa mi papá le contó a mamá sobre esto”.
Indudablemente, disfrutar de una buena función en los teatros ubicados en el centro de la capital, se convirtió en uno de los entretenimientos favoritos para la clase pudiente de la época; es así como el Teatro Boyacá, inaugurado por el comerciante Vicente Vallenilla Lecuna, llegó a ser uno de los locales más amplios y populares del momento.
El teatro contaba con 1.400 butacas, aproximadamente; además, debido a su naturaleza de prestigio, realizó varias alianzas con otros teatros famosos de la época (como el Ayacucho) y organizó algunos circuitos de estreno con importantes piezas cinematográficas.
Generalmente, estos cines prestigiosos contaban con estrenos semanales de grandes películas, a precios elevados que solo podía pagar la clase alta de la época (de 1 a 3 Bs.); para estos eventos, manejaban un mecanismo de promoción que consistía en el despliegue de carteles en las avenidas más importantes y, además, colocaban avisos en la prensa.
Una mirada al pasado, como la que nos permite hacer este texto, nos hace cuestionarnos las razones por las que, el venezolano, con el paso del tiempo, fue desdeñando los cines de acera (que en algún momento llegaron a ser aproximadamente 80 locales) para pasar a las salas de cine ubicadas dentro de centros comerciales (si miramos en retrospectiva, podemos asegurar que nos ganó la simplicidad).
Finalmente, con la llegada de la televisión y el ofrecimiento de mayores comodidades en las nuevas infraestructuras cinematográficas (estacionamiento para vehículos, mayor seguridad) los padres del cine de nuestro país fueron dejados a un lado, quedando derrotados por las grandes cadenas que ofrecían sus servicios en los principales centros comerciales de la ciudad.
Una época mágica para el séptimo arte en nuestro país fue dejada atrás, ahora, los viejos cines no están y hablamos de ellos como si de una leyenda se tratase, como si estuviesemos comprando un boleto hacia nuestro pasado.
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